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Dispatch logra capturar una sensibilidad particular dentro del género de superhéroes: esa mezcla de irreverencia, vulnerabilidad y patetismo que tan bien funciona cuando se aborda con autenticidad. Lo interesante es que, en un medio donde las narrativas interactivas parecían haber perdido fuerza tras varios tropiezos industriales, la propuesta de AdHoc Studio revitaliza el formato gracias a una combinación inteligente de humor, melodrama y un sistema jugable que acompaña —en lugar de estorbar— a la historia. Desde sus primeras escenas, Dispatch transmite la sensación de que quienes lo crearon entienden a fondo el encanto de los antihéroes y saben construir momentos que oscilan entre lo entrañable y lo incómodo, sin perder el equilibrio.

La premisa, aunque sencilla, funciona gracias a la humanidad de sus personajes. El protagonista atraviesa una caída abrupta en su carrera heroica tras un accidente que lo deja prácticamente inutilizado, y su única salida es aceptar un empleo como coordinador de un equipo de inadaptados con antecedentes dudosos. Esta estructura —el mentor venido a menos que encuentra propósito guiando a un grupo de marginados— es familiar, pero Dispatch la ejecuta con convicción. Cada secuencia está diseñada para explotar la química entre personajes, reforzada por una dirección que apuesta por planos expresivos, animaciones cargadas de carácter y un guion que alterna ligereza y fuerza emocional de manera natural. Los diálogos se convierten en uno de los pilares de Dispatch. Están escritos con agudeza y sensibilidad, capaces de transitar de bromas descaradas a confesiones íntimas sin que el tono se rompa.

Esa naturalidad hace que cada giro narrativo tenga peso, que cada situación cómica funcione y que las relaciones entre los personajes fluyan con coherencia. Sin embargo, no todo el elenco recibe la misma atención. Algunos personajes están desarrollados con notable profundidad, mientras que otros apenas reciben momentos breves que dejan ver un potencial no explotado. Dispatch coquetea con la idea de un enfoque coral, pero las limitaciones de producción lo obligan a priorizar ciertas historias sobre otras. Aun así, el conjunto funciona porque la narrativa siempre avanza con intención clara. Las decisiones del jugador modifican matices importantes, desde el estado emocional de los miembros del equipo hasta quién estará realmente preparado para enfrentar el conflicto central. Esta estructura consigue que la implicación no sea solo emocional, sino también moral: cada elección lleva consigo una sensación de consecuencia, incluso cuando no altera del todo la dirección principal.

En el apartado jugable, Dispatch se separa de las aventuras interactivas convencionales incorporando un sistema de gestión que recuerda a títulos de estrategia ligera. Como coordinador de la unidad, el jugador debe asignar héroes a misiones con distintos niveles de riesgo, considerar compatibilidades, habilidades, estados físicos y hasta consecuencias narrativas derivadas de esos resultados. Lo que comienza como una mecánica simple rápidamente se transforma en una dinámica tensa y estimulante. El tiempo apremia, los recursos son limitados y una mala decisión puede provocar lesiones, fracasos o complicaciones que alteran el rumbo de determinados personajes. Este diseño fortalece la conexión emocional: no solo importan por lo que representan en la historia, sino también por lo que puede ocurrirles bajo nuestra supervisión.
A ello se suman momentos de hackeo que funcionan como pequeños rompecabezas. Sin ser complejos, aportan variedad y mantienen vivo el ritmo interactivo. A medida que avanzan, exigen mayor precisión y planificación, convirtiéndose en un reto ligero pero satisfactorio. Uno podría imaginar que una capa adicional de combate táctico profundizaría aún más esta faceta, aunque Dispatch encanta justamente por equilibrar sus ideas sin saturarlas. En el plano audiovisual, Dispatch brilla por su coherencia estética. La animación opta por un estilo expresivo que potencia las emociones, evitando el hiperrealismo en favor de un lenguaje visual más evocador. El sonido, la música y las interpretaciones vocales elevan cada escena, permitiendo que incluso los encuentros breves con personajes secundarios resulten memorables.