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Devil Jam es un roguelike tipo survivor que destaca desde el primer minuto por su estética metalera y una presentación visual que roba cámara. Con un estilo pseudo-isométrico y un arte vibrante que recuerda a Hades, el juego convierte cada run en un espectáculo infernal lleno de color, caos y riffs.

La premisa es sencilla pero efectiva: eres Falco, un guitarrista que firma un pacto demoníaco y termina tocando en un concierto eterno en el mismísimo infierno. A partir de ahí, el juego sigue la fórmula clásica del género: avanzar entre hordas, sobrevivir, mejorar habilidades y enfrentarse a jefes en arenas cada vez más intensas. Las protagonistas del combate son sus acciones automáticas sincronizadas al ritmo de la música, lo que aporta una identidad particular al gameplay.

El elemento más original es su rejilla de habilidades tipo “fret-grid”, donde las cartas de ataques y mejoras deben colocarse de forma estratégica. La posición importa tanto como la selección, permitiendo crear sinergias que modifican por completo el estilo de juego. Esto añade una capa táctica que diferencia a Devil Jam de otros títulos del género y le da una sensación real de construcción de builds run tras run.

Entre partidas, el jugador regresa a un hub infernal con vibra de backstage metalero, donde se gestionan mejoras permanentes, desafíos y desbloqueos de nuevos personajes. Es un espacio funcional más que narrativo, pero ayuda a mantener el ritmo y el tono del juego. En lo visual y temático, Devil Jam brilla con intensidad: animaciones fluidas, demonios carismáticos, efectos exagerados y una identidad artística muy marcada. Sin embargo, esa fuerza estética no siempre se replica en la variedad.
Los escenarios tienden a repetirse y la cantidad de contenido puede quedarse corta para quienes buscan un roguelite profundo o con alta rejugabilidad. La banda sonora —aunque sólida y bien integrada con el ritmo del combate— no alcanza el protagonismo que podría tener en un juego basado en el metal. Funciona, acompaña, pero no termina de explotar su propio concepto.