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Demonschool inicia con la llegada de Faye, una estudiante directa y sin filtros que viaja a un enigmático campus ubicado en una isla remota. Desde el primer momento queda claro que la lógica no es la prioridad del planteamiento, y que la obra exige aceptar su tono excéntrico para poder disfrutarla. Faye está convencida de que fuerzas demoníacas rondan la isla y que el mundo está al borde del colapso. Pronto descubre que su intuición no estaba errada y decide formar el Black Magic Club, un grupo de jóvenes cazadores de demonios decidido a detener una inminente catástrofe. Aunque el argumento está lleno de vacíos y los personajes rara vez pasan de arquetipos sin gran profundidad, la historia funciona gracias a su humor seco y a un estilo que jamás se toma demasiado en serio. Con esa actitud relajada, la experiencia termina resultando sorprendentemente entretenida, siempre y cuando el jugador logre alinearse con su peculiar sentido del absurdo.

En el terreno jugable, Demonschool se presenta como una mezcla entre táctica y rompecabezas. Cada combate se divide en una fase de preparación y otra de ejecución, y es en ese primer tramo donde la estrategia cobra vida. Posicionar al equipo, anticipar ataques, evitar represalias y coordinar habilidades se convierte en un ejercicio casi de ajedrez, en el que el juego permite experimentar libremente antes de comprometer movimientos. Al final, el resultado de nuestra planificación se despliega de forma automática, seguido por la respuesta de los enemigos. Esta dinámica es atractiva, pero peca de repetitiva tras varias horas, incluso con la variedad de criaturas y habilidades que se van desbloqueando. Con todo, los combates contra jefes rompen esa monotonía gracias a diseños creativos, patrones exigentes y la necesidad de elegir cuidadosamente a los miembros del equipo, convirtiéndose en los momentos más memorables de la experiencia.

Fuera de la acción, Demonschool introduce un sistema social con calendario que recuerda a ciertos exponentes del género. Entre clases, batallas y exploración, Faye debe administrar su tiempo libre para fortalecer la relación con sus compañeros, completar actividades secundarias y disfrutar de minijuegos que van desde la pesca hasta el karaoke. Aunque estas interacciones aportan variedad y una vibra ligera y simpática, también terminan por caer en la reiteración, replicando la misma sensación de desgaste que aparece en el combate. Y es que, pese a tener buenas ideas y un ritmo inicialmente atractivo, la campaña se extiende más de lo que su contenido realmente justifica. Superar la aventura toma más de veinte horas, un número que habría funcionado mejor con mayor profundidad o variedad en los sistemas que ofrece.
En su apartado visual, Demonschool destaca por una estética pixelada de corte experimental que le otorga una identidad inmediata. Su estilo mezcla simplicidad con un aire surrealista que le sienta de maravilla al tono general del juego, y aunque técnicamente el rendimiento es aceptable, hay pequeños bugs y algunas caídas que rompen la fluidez. No son fallos graves, pero sí suficientes para dejar un sabor ligeramente amargo en ciertos tramos, algo que futuras actualizaciones podrían pulir.